ARTE EN LAS CIUDADES
La ciudad es el ámbito en el que se desarrollan actualmente las
manifestaciones artísticas más reconocidas y relevantes. La urbe ha sido
y continúa siendo en este sentido campo de actuación privilegiado,
escenario mutante en que diversos y complejos factores ideológicos
determinan o son influidos por las prácticas artísticas. Esta dialéctica
entre arte y ciudad posee un enfoque poliédrico y con múltiples
parámetros de atención, que estimulan un enfoque transversal y
multidisciplinar al tema, tanto en el ámbito del diseño urbano como en
el del arte público, la presencia de espacios para el arte o la
iconografía urbana.
Con este carácter interdiciplinar, el Grupo de Investigación Arte, Arquitectura y Comunicación en la Contemporánea viene desarrollando sus investigaciones y actividades que se plasman sobre todo en las Jornadas Internacionales Arte y Ciudad que
desde el año 2008 viene celebrando. Fruto de esos encuentros y de las
investigaciones realizadas y también en curso, es este volumen
extraordinario que ahora presentamos.
La obra de arte público, se ubica en el escenario urbano,
configurando múltiples entramados simbólicos, en los
cuales confluye la percepción del sujeto y la experiencia
visual de la misma, dando lugar a la fusión entre el mundo
de la representación artística y los hechos de la cotidianidad.
Las obras de arte, han establecido en el paisaje urbano, un territorio
estético en donde se construyen las interacciones comunicativas,
producto de la apropiación del objeto estético y la
asunción de significados individuales y acuerdos colectivos.
Palabras claves: Arte público, ciudad, comunicación,
estética.
Abstract
Public Art is placed in the urban scenary, creating multiple simbolic nets, in which the perception of the observer and the visual experience assemble in one, given place to the fusion between everyday activities and the artistic representation. The work of art has established in the urban landscape an estethic territory where communicative interactions are built, as a result of the appropiation of the estethic object and the adoption individual meanings and collective agreements.
Public Art is placed in the urban scenary, creating multiple simbolic nets, in which the perception of the observer and the visual experience assemble in one, given place to the fusion between everyday activities and the artistic representation. The work of art has established in the urban landscape an estethic territory where communicative interactions are built, as a result of the appropiation of the estethic object and the adoption individual meanings and collective agreements.
En el entramado urbano se establece una dinámica comunicativa
y estética que determina la consolidación de redes
simbólicas, las cuales anudan el sentido cultural, la apropiación
del espacio público y la confrontación de recorridos,
en territorios que se dispersan entre el tráfico y las construcciones
urbanas.
El arte público se nutre con elementos simbólicos,
tanto de referencia como de orientación en la ciudad, estableciendo
una relación armónica o disarmónica entre los
individuos, los territorios y las lecturas de los paisajes urbanos
a los cuales se incorpora el color, el movimiento, la forma de un
objeto que genera imágenes, evocaciones o rupturas. A su vez,
permite recontextualizar la construcción geométrica
de la urbe, propiciando los niveles de representación que
se establecen desde el concepto plurisignificativo de sus formas
y de la apropiación del espacio que ocupan, un continente
de expresión “propiciador del símbolo (la historia
y la memoria), de la fiesta, el juego, del encuentro, del intercambio,
de la conversación”(1).
A partir de las relaciones que se conciben
en dicho espacio, el arte público (objeto, volumen, acontecimiento) se materializa,
formulando interrogantes sobre el sentido del espacio en sí.
Por consiguiente, se trata de una obra que se posiciona en un espacio,
combinando la percepción directa de su composición
con la intangibilidad de la acción.
El levantamiento de la obra modifica el contexto
urbano creando una nueva codificación, un lenguaje que pulsa por todos los ámbitos
de la ciudad, como resultado de la arquitectura, del urbanismo y
del arte. En este sentido, Armando Silva plantea que “hay representaciones
urbanas que nacen de la geometría, pero también las
hay provenientes de la construcción física del espacio
o, igual, de un mundo cromático de color urbano, o de símbolos
vernaculares o de un cambio en los puntos de vista urbanos”(2).
La ciudad como entramado, constituye un conjunto
que puede ser visto tanto desde el entorno inmediato, como desde
la complejidad de las relaciones interactivas que ha ido configurando
desde sus trazados iniciales, en cuya base se establece la tríada espacial del
santuario, el ámbito público y el espacio privado,
como las instancias que permiten definirla y, que marcan el tema
fundamental de la convivencia urbana: “Si se escucha la voz
de la ciudad, se oyen referencias constantes a las instituciones,
al tiempo y a los lugares, a los modos de movimiento y a los tipos
de relación social que son características de la vida
urbana”(3).
El espacio público es intervenido por la movilización
compartida de los ciuda
danos en la cotidianidad de sus recorridos, identificando el tejido urbanístico y arquitectónico que engloba su conjunto y anuda el pasado con el presente. Un espacio en cuyo dominio el ciudadano asume la conducción colectiva de problemáticas de interés común, es decir, una construcción diferente del mundo, en la medida en que “se vive un momento en que la calle vuelve a ser reivindicada como espacio para la creatividad y la emancipación”(4). En este ámbito, la circulación del arte público, desdibuja sus fronteras iniciales y se posiciona en el espacio de la ciudad, asumiendo las problemáticas propias del arte contemporáneo, mediante la desmitificación de las formas y tendencias que le obligaron, en un momento no muy lejano de la historia, acceder a definiciones y parámetros estéticos tradicionales.
danos en la cotidianidad de sus recorridos, identificando el tejido urbanístico y arquitectónico que engloba su conjunto y anuda el pasado con el presente. Un espacio en cuyo dominio el ciudadano asume la conducción colectiva de problemáticas de interés común, es decir, una construcción diferente del mundo, en la medida en que “se vive un momento en que la calle vuelve a ser reivindicada como espacio para la creatividad y la emancipación”(4). En este ámbito, la circulación del arte público, desdibuja sus fronteras iniciales y se posiciona en el espacio de la ciudad, asumiendo las problemáticas propias del arte contemporáneo, mediante la desmitificación de las formas y tendencias que le obligaron, en un momento no muy lejano de la historia, acceder a definiciones y parámetros estéticos tradicionales.
En la ciudad contemporánea, la obra de arte público
evidencia su pérdida de autonomía, una ruptura con
las lógicas del monumento y el espectáculo, en un proceso
de consolidación estética que enriquece el paisaje
urbano, permitiendo la movilización de sentidos y fortaleciendo
niveles expresivos, que establecen la comunión entre el mundo
cotidiano y las determinantes de una política ciudadana que,
a su vez, democratiza el acceso a la obra de arte, la apropiación
de un espacio que tiene que ser asumido “como una entidad,
como un imaginario social y cultural, como un referente obligado
para el devenir del ciudadano”(5), el cual propicia y presencia
una interlocución entre las percepciones individuales de la
ciudad, las proyecciones colectivas y las transferencias latentes
en cada obra a partir de las experiencias del artista.
Como imperativo de la Modernidad, el arte
público adquiere
connotaciones que le son esenciales para cumplir su función
de emplazamiento, generando una ruptura con el pasado y una pérdida
de su autorreferencialidad que se traduce en síntesis y abstracción.
En este sentido, el monumento tradicional se desplaza en su valor,
se diluye en su forma pero trasciende en contenido, potenciando una
representación que deja de ser etérea para convertirse
en experiencia vívida, capaz de acogerse a las mutaciones
de la sociedad como colectivo y del ser social inmerso en ella.
Esta nueva condición del arte público en tanto evanescencia
y ensimismamiento, entra a caracterizar la producción artística
desde finales del siglo XIX(6), donde el objeto se libera de la inercia
de la materia para generar un trabajo plástico moldeado por
el ritmo de lo cinético, el engranaje de la máquina,
el fusionamiento de arquetipos y la recuperación estética
del objeto banal; condiciones que sustentan los proyectos vanguardistas
del arte y potencian las actuales tendencias de la plástica
en nuestras ciudades.
Así como lo fue en un principio para las comunidades primitivas,
todo objeto de la vida cotidiana es susceptible de ser experimentado
como elemento estético, cuando éste es elegido por
el artista y postulado dentro de un conjunto expresivo que absorbe
su sentido utilitario, para resurgir bajo un nuevo rótulo
y una nueva opción de pensamiento.
De esta manera, el arte disuelto en la vida
cautiva la voluntad del artista y se abre al juego libre de las
facultades del ser, para que las obras representen lo que realmente
se juega en ellas: la paradoja de la existencia. Una apertura en
donde el ritmo se circunscribe a la disolución de la forma, la “desfiguración”,
lo visible y lo invisible como soporte del vacío espacio-temporal,
de una contemporaneidad ambigua y reconociblemente efímera,
en donde lo inerte cobra vida en la representación de sus
naturales mutaciones y lo vivo se hace partícipe sólo
en la inminencia de su muerte.
En una alusión a Rosalind Krauss, Xibille denomina ésta
como la “condición negativa del monumento”(7),
su dinámica inicia la etapa que caracterizará la modernidad
en el arte público, configurándolo como abstracción,
como puro señalador. Una dinámica del representar estético
donde un ‘objeto’ descontextualizado y funcionalmente
desplazado, puede ser traspuesto o convertido a un ‘conjunto’ o
elemento autorreferencial, que representa primordialmente sus materiales
o el proceso de su producción ensimismamiento; en la escultura,
se puede interpretar como un proceso de movilización en el
cual ella se dirige hacia abajo para absorber el pedestal en sí mismo
y lejos de su lugar verdadero, enfrentar nuevas confrontaciones con
su nueva forma.
En el arte público, estas dinámicas de la Modernidad,
amplían la óptica de la deconstrucción, en tanto
reconfiguración, de esta manera el arte cumple con su llamado
a “acompañar al hombre allá donde transcurre
y actúa su vida infatigable: en la mesa de trabajo, en la
oficina, en la labor, en el descanso y en el ocio; en los días
laborales y en los festivos, en la casa y en la carretera, para que
la llama de la vida no se apague en el hombre”(8).
Las calles y las plazas se recuperan para
la expresión y
la ciudad se transforma en su fisonomía, desencadenando una
reacción, donde la obra artística se abre en multiplicidad
de fragmentos, yuxtapuestos o enfrentados, que interactúan
con las contradicciones y convergencias de una colectividad ávida
de sensaciones, de pulsaciones, de vacíos y silencios. Además
del sentido primordial de las obras, cuentan sus virtualidades significativas,
contextuales y marginales, para entender la lógica de la intercomunicación
entre el ciudadano, el objeto artístico y el espacio en el
cual ambos cohabitan, en tanto escenarios de encuentro, que “tienden
a coincidir progresivamente con las funciones de intercambios y los
eventuales apéndices culturales que se derivan de ellas (salas
de reunión, teatros, etc.)”(9).
Los recursos expresivos se confrontan a través de los diálogos
de la intervención social en los espacios de la ciudad, a
partir de un lenguaje que afecta al colectivo social, y que es puesto
en escena a partir de dos posibilidades(10), por una parte la actuación
plástica, es decir, la expresión manifiesta del acto
creativo, y el ejercicio perceptivo-intelectivo, como un modelo de
intervención, y la decoración, como segunda posibilidad,
consolidada a través del mobiliario urbano y del embellecimiento
de los espacios con objetos estéticos, no necesariamente artísticos,
en donde no obstante, interviene la actuación plástica
como elemento determinante(11).
A la luz de los planteamientos expuestos,
la obra de arte público
en las ciudades contemporáneas, sufre modificaciones estructurales
en cuanto a su naturaleza material y a sus fórmulas expresivas,
referidas a la hibridación entre lo ‘neo’ y la
vigencia de tradiciones, creando un espacio que “para el ser
humano, o ser viviente en la cultura, es una vivencia material que
en su significación no se hace fácilmente visible,
aunque su emergencia es indiscutible en su abrumadora presencia”(12),
y que aunque emana de las adquisiciones del pasado, se presenta como
una estela de renovación en donde se confrontan las tendencias
vanguardistas de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo
XX. Los nuevos estilos parten de configuraciones formales hasta impregnarse
de la caracterización moderna de lo efímero. En su
esencialidad significativa la abstracción asume entonces,
las propiedades universales de los planos, dándole especial
relevancia a los ángulos y a las connotaciones de vacío,
como inspiraciones no figurativas que determinan la gestualidad en
el ensamble y la convergencia de materiales.
Estas nuevas propuestas permiten que la obra
se inserte en la ciudad como un valor que participa y, a su vez,
modifica las realizaciones arquitectónicas y humanas, estableciendo relaciones entre
los planos y el vacío, la luz y las sombras, las texturas
y las líneas, delimitando la movilidad perceptual. En ese
juego alternante entre los objetos propios de la cotidianidad como
la tierra, el agua, la piedra, los metales, el cemento y la gama
de las aleaciones posibles, se estructuran dispositivos y ensamblajes
que garantizan el acopio de la obra en el tiempo y en el espacio,
dos dimensiones que permanentemente la alteran, formando nuevos ángulos
de percepción, transformaciones que responden a la inmanente
mutabilidad de la obra de arte.
Las dinámicas significativas que asume el Arte Público,
lo ubican como un elemento simbólico de percepción
estética, y de referencia y orientación para los habitantes
de la ciudad. A partir de él, se establece una relación
armónica entre los sujetos y los territorios al incorporar
valores estéticos (formas, color, movimiento), a un hecho
u objeto para generar nuevas lecturas del paisaje urbano, traducidas
en evocaciones, contrastes, rupturas e impresiones que convocan la
voluntad del otro, que se aduce hombre público.
En este sentido, se asume lo público, como aquello determinado
por el dominio de los ciudadanos en la conducción colectiva
de intereses comunes, es decir, una manera de intervenir en la construcción
compartida del mundo. En palabras de Fabio Velásquez, lo público
está dado básicamente como “un ámbito
de encuentros y confrontación...”(13), asociado al desvelamiento
de los objetos existentes tanto en la intimidad (esferas de lo privado)
como en los espacios de circulación propiamente urbanos, constituyendo
un territorio vital para el desarrollo de las relaciones sociales.
De esta manera, la ciudad se presenta como la suma de lo público
y lo privado, estableciendo una entidad, que en todos los ámbitos
de la vida cotidiana, genera sentidos estéticos, estructuras
de comunicación y conflictos individuales y colectivos.
El espacio público “no es la simple prolongación
de un espacio físico natural. Es, por el contrario, un espacio
instituido, construido por los hombres gracias a su esfuerzo y al
uso de su razón”(14), un espacio para la interacción
de la pluralidad, en un organismo comunicativo que se desborda a
los límites de la expresión simbólica, configuradora
del sentido primario de toda relación. En otros términos “la
ciudad -la polis- es el lugar de la convivencia, la tolerancia y
la socialización y, por lo tanto, el lugar de creación
de la cultura”(15).
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