miércoles, 11 de junio de 2014

ARTE EN LAS CIUDADES

 ARTE EN LAS CIUDADES
La ciudad es el ámbito en el que se desarrollan actualmente las manifestaciones artísticas más reconocidas y relevantes. La urbe ha sido y continúa siendo en este sentido campo de actuación privilegiado, escenario mutante en que diversos y complejos factores ideológicos determinan o son influidos por las prácticas artísticas. Esta dialéctica entre arte y ciudad posee un enfoque poliédrico y con múltiples parámetros de atención, que estimulan un enfoque transversal y multidisciplinar al tema, tanto en el ámbito del diseño urbano como en el del arte público, la presencia de espacios para el arte o la iconografía urbana.
Con este carácter interdiciplinar, el Grupo de Investigación Arte, Arquitectura y Comunicación en la Contemporánea viene desarrollando sus investigaciones y actividades que se plasman sobre todo en las Jornadas Internacionales Arte y Ciudad que desde el año 2008 viene celebrando. Fruto de esos encuentros y de las investigaciones realizadas y también en curso, es este volumen extraordinario que ahora presentamos.
 
 La obra de arte público, se ubica en el escenario urbano, configurando múltiples entramados simbólicos, en los cuales confluye la percepción del sujeto y la experiencia visual de la misma, dando lugar a la fusión entre el mundo de la representación artística y los hechos de la cotidianidad. Las obras de arte, han establecido en el paisaje urbano, un territorio estético en donde se construyen las interacciones comunicativas, producto de la apropiación del objeto estético y la asunción de significados individuales y acuerdos colectivos.
Palabras claves: Arte público, ciudad, comunicación, estética.
Abstract
Public Art is placed in the urban scenary, creating multiple simbolic nets, in which the perception of the observer and the visual experience assemble in one, given place to the fusion between everyday activities and the artistic representation. The work of art has established in the urban landscape an estethic territory where communicative interactions are built, as a result of the appropiation of the estethic object and the adoption individual meanings and collective agreements.

En el entramado urbano se establece una dinámica comunicativa y estética que determina la consolidación de redes simbólicas, las cuales anudan el sentido cultural, la apropiación del espacio público y la confrontación de recorridos, en territorios que se dispersan entre el tráfico y las construcciones urbanas.
El arte público se nutre con elementos simbólicos, tanto de referencia como de orientación en la ciudad, estableciendo una relación armónica o disarmónica entre los individuos, los territorios y las lecturas de los paisajes urbanos a los cuales se incorpora el color, el movimiento, la forma de un objeto que genera imágenes, evocaciones o rupturas. A su vez, permite recontextualizar la construcción geométrica de la urbe, propiciando los niveles de representación que se establecen desde el concepto plurisignificativo de sus formas y de la apropiación del espacio que ocupan, un continente de expresión “propiciador del símbolo (la historia y la memoria), de la fiesta, el juego, del encuentro, del intercambio, de la conversación”(1).
A partir de las relaciones que se conciben en dicho espacio, el arte público (objeto, volumen, acontecimiento) se materializa, formulando interrogantes sobre el sentido del espacio en sí. Por consiguiente, se trata de una obra que se posiciona en un espacio, combinando la percepción directa de su composición con la intangibilidad de la acción.
El levantamiento de la obra modifica el contexto urbano creando una nueva codificación, un lenguaje que pulsa por todos los ámbitos de la ciudad, como resultado de la arquitectura, del urbanismo y del arte. En este sentido, Armando Silva plantea que “hay representaciones urbanas que nacen de la geometría, pero también las hay provenientes de la construcción física del espacio o, igual, de un mundo cromático de color urbano, o de símbolos vernaculares o de un cambio en los puntos de vista urbanos”(2).
La ciudad como entramado, constituye un conjunto que puede ser visto tanto desde el entorno inmediato, como desde la complejidad de las relaciones interactivas que ha ido configurando desde sus trazados iniciales, en cuya base se establece la tríada espacial del santuario, el ámbito público y el espacio privado, como las instancias que permiten definirla y, que marcan el tema fundamental de la convivencia urbana: “Si se escucha la voz de la ciudad, se oyen referencias constantes a las instituciones, al tiempo y a los lugares, a los modos de movimiento y a los tipos de relación social que son características de la vida urbana”(3).
El espacio público es intervenido por la movilización compartida de los ciuda
danos en la cotidianidad de sus recorridos, identificando el tejido urbanístico y arquitectónico que engloba su conjunto y anuda el pasado con el presente. Un espacio en cuyo dominio el ciudadano asume la conducción colectiva de problemáticas de interés común, es decir, una construcción diferente del mundo, en la medida en que “se vive un momento en que la calle vuelve a ser reivindicada como espacio para la creatividad y la emancipación”(4). En este ámbito, la circulación del arte público, desdibuja sus fronteras iniciales y se posiciona en el espacio de la ciudad, asumiendo las problemáticas propias del arte contemporáneo, mediante la desmitificación de las formas y tendencias que le obligaron, en un momento no muy lejano de la historia, acceder a definiciones y parámetros estéticos tradicionales. 
 
En la ciudad contemporánea, la obra de arte público evidencia su pérdida de autonomía, una ruptura con las lógicas del monumento y el espectáculo, en un proceso de consolidación estética que enriquece el paisaje urbano, permitiendo la movilización de sentidos y fortaleciendo niveles expresivos, que establecen la comunión entre el mundo cotidiano y las determinantes de una política ciudadana que, a su vez, democratiza el acceso a la obra de arte, la apropiación de un espacio que tiene que ser asumido “como una entidad, como un imaginario social y cultural, como un referente obligado para el devenir del ciudadano”(5), el cual propicia y presencia una interlocución entre las percepciones individuales de la ciudad, las proyecciones colectivas y las transferencias latentes en cada obra a partir de las experiencias del artista.
Como imperativo de la Modernidad, el arte público adquiere connotaciones que le son esenciales para cumplir su función de emplazamiento, generando una ruptura con el pasado y una pérdida de su autorreferencialidad que se traduce en síntesis y abstracción. En este sentido, el monumento tradicional se desplaza en su valor, se diluye en su forma pero trasciende en contenido, potenciando una representación que deja de ser etérea para convertirse en experiencia vívida, capaz de acogerse a las mutaciones de la sociedad como colectivo y del ser social inmerso en ella.
Esta nueva condición del arte público en tanto evanescencia y ensimismamiento, entra a caracterizar la producción artística desde finales del siglo XIX(6), donde el objeto se libera de la inercia de la materia para generar un trabajo plástico moldeado por el ritmo de lo cinético, el engranaje de la máquina, el fusionamiento de arquetipos y la recuperación estética del objeto banal; condiciones que sustentan los proyectos vanguardistas del arte y potencian las actuales tendencias de la plástica en nuestras ciudades.
Así como lo fue en un principio para las comunidades primitivas, todo objeto de la vida cotidiana es susceptible de ser experimentado como elemento estético, cuando éste es elegido por el artista y postulado dentro de un conjunto expresivo que absorbe su sentido utilitario, para resurgir bajo un nuevo rótulo y una nueva opción de pensamiento.
De esta manera, el arte disuelto en la vida cautiva la voluntad del artista y se abre al juego libre de las facultades del ser, para que las obras representen lo que realmente se juega en ellas: la paradoja de la existencia. Una apertura en donde el ritmo se circunscribe a la disolución de la forma, la “desfiguración”, lo visible y lo invisible como soporte del vacío espacio-temporal, de una contemporaneidad ambigua y reconociblemente efímera, en donde lo inerte cobra vida en la representación de sus naturales mutaciones y lo vivo se hace partícipe sólo en la inminencia de su muerte.
En una alusión a Rosalind Krauss, Xibille denomina ésta como la “condición negativa del monumento”(7), su dinámica inicia la etapa que caracterizará la modernidad en el arte público, configurándolo como abstracción, como puro señalador. Una dinámica del representar estético donde un ‘objeto’ descontextualizado y funcionalmente desplazado, puede ser traspuesto o convertido a un ‘conjunto’ o elemento autorreferencial, que representa primordialmente sus materiales o el proceso de su producción ensimismamiento; en la escultura, se puede interpretar como un proceso de movilización en el cual ella se dirige hacia abajo para absorber el pedestal en sí mismo y lejos de su lugar verdadero, enfrentar nuevas confrontaciones con su nueva forma.
En el arte público, estas dinámicas de la Modernidad, amplían la óptica de la deconstrucción, en tanto reconfiguración, de esta manera el arte cumple con su llamado a “acompañar al hombre allá donde transcurre y actúa su vida infatigable: en la mesa de trabajo, en la oficina, en la labor, en el descanso y en el ocio; en los días laborales y en los festivos, en la casa y en la carretera, para que la llama de la vida no se apague en el hombre”(8).
Las calles y las plazas se recuperan para la expresión y la ciudad se transforma en su fisonomía, desencadenando una reacción, donde la obra artística se abre en multiplicidad de fragmentos, yuxtapuestos o enfrentados, que interactúan con las contradicciones y convergencias de una colectividad ávida de sensaciones, de pulsaciones, de vacíos y silencios. Además del sentido primordial de las obras, cuentan sus virtualidades significativas, contextuales y marginales, para entender la lógica de la intercomunicación entre el ciudadano, el objeto artístico y el espacio en el cual ambos cohabitan, en tanto escenarios de encuentro, que “tienden a coincidir progresivamente con las funciones de intercambios y los eventuales apéndices culturales que se derivan de ellas (salas de reunión, teatros, etc.)”(9).
Los recursos expresivos se confrontan a través de los diálogos de la intervención social en los espacios de la ciudad, a partir de un lenguaje que afecta al colectivo social, y que es puesto en escena a partir de dos posibilidades(10), por una parte la actuación plástica, es decir, la expresión manifiesta del acto creativo, y el ejercicio perceptivo-intelectivo, como un modelo de intervención, y la decoración, como segunda posibilidad, consolidada a través del mobiliario urbano y del embellecimiento de los espacios con objetos estéticos, no necesariamente artísticos, en donde no obstante, interviene la actuación plástica como elemento determinante(11).
A la luz de los planteamientos expuestos, la obra de arte público en las ciudades contemporáneas, sufre modificaciones estructurales en cuanto a su naturaleza material y a sus fórmulas expresivas, referidas a la hibridación entre lo ‘neo’ y la vigencia de tradiciones, creando un espacio que “para el ser humano, o ser viviente en la cultura, es una vivencia material que en su significación no se hace fácilmente visible, aunque su emergencia es indiscutible en su abrumadora presencia”(12), y que aunque emana de las adquisiciones del pasado, se presenta como una estela de renovación en donde se confrontan las tendencias vanguardistas de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Los nuevos estilos parten de configuraciones formales hasta impregnarse de la caracterización moderna de lo efímero. En su esencialidad significativa la abstracción asume entonces, las propiedades universales de los planos, dándole especial relevancia a los ángulos y a las connotaciones de vacío, como inspiraciones no figurativas que determinan la gestualidad en el ensamble y la convergencia de materiales.
Estas nuevas propuestas permiten que la obra se inserte en la ciudad como un valor que participa y, a su vez, modifica las realizaciones arquitectónicas y humanas, estableciendo relaciones entre los planos y el vacío, la luz y las sombras, las texturas y las líneas, delimitando la movilidad perceptual. En ese juego alternante entre los objetos propios de la cotidianidad como la tierra, el agua, la piedra, los metales, el cemento y la gama de las aleaciones posibles, se estructuran dispositivos y ensamblajes que garantizan el acopio de la obra en el tiempo y en el espacio, dos dimensiones que permanentemente la alteran, formando nuevos ángulos de percepción, transformaciones que responden a la inmanente mutabilidad de la obra de arte.
Las dinámicas significativas que asume el Arte Público, lo ubican como un elemento simbólico de percepción estética, y de referencia y orientación para los habitantes de la ciudad. A partir de él, se establece una relación armónica entre los sujetos y los territorios al incorporar valores estéticos (formas, color, movimiento), a un hecho u objeto para generar nuevas lecturas del paisaje urbano, traducidas en evocaciones, contrastes, rupturas e impresiones que convocan la voluntad del otro, que se aduce hombre público.
En este sentido, se asume lo público, como aquello determinado por el dominio de los ciudadanos en la conducción colectiva de intereses comunes, es decir, una manera de intervenir en la construcción compartida del mundo. En palabras de Fabio Velásquez, lo público está dado básicamente como “un ámbito de encuentros y confrontación...”(13), asociado al desvelamiento de los objetos existentes tanto en la intimidad (esferas de lo privado) como en los espacios de circulación propiamente urbanos, constituyendo un territorio vital para el desarrollo de las relaciones sociales. De esta manera, la ciudad se presenta como la suma de lo público y lo privado, estableciendo una entidad, que en todos los ámbitos de la vida cotidiana, genera sentidos estéticos, estructuras de comunicación y conflictos individuales y colectivos.
El espacio público “no es la simple prolongación de un espacio físico natural. Es, por el contrario, un espacio instituido, construido por los hombres gracias a su esfuerzo y al uso de su razón”(14), un espacio para la interacción de la pluralidad, en un organismo comunicativo que se desborda a los límites de la expresión simbólica, configuradora del sentido primario de toda relación. En otros términos “la ciudad -la polis- es el lugar de la convivencia, la tolerancia y la socialización y, por lo tanto, el lugar de creación de la cultura”(15). 
 

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